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viernes, 17 de marzo de 2017

Un llamado a la reflexión

Jean J. Rousseau dijo alguna vez:


«El hombre es bueno por naturaleza, pero actúa mal, forzado por la sociedad que le corrompe».


Para nadie es un secreto que Guatemala es el primer país de Latinoamérica con mayores índices de desnutrición, flagelo que afecta principalmente a niños menores de 5 años. Aunado a esto, son muchos los casos donde los niños quedan abandonados debido a la desintegración familiar o regularmente porque sus papás son asesinados por pandilleros extorsionistas, quedando únicamente bajo la tutela de sus mamás.

Las madres solteras se ven obligadas a trabajar, dejando a su suerte a los niños. En la mayoría de los casos, sobre todo, en la ciudad capital, estos adolescentes terminan involucrándose en drogas y pandillas. Siendo absorbidos por una sociedad perversa. Esto, con una gran probabilidad que los adolescentes terminen en centros de jóvenes en conflicto con la ley, casas hogares, hospitales, y en el peor de los casos en el cementerio.

Y, si a esto le sumamos un Estado incapaz de solucionar y apoyar de la mejor manera a estos jóvenes, el resultado es, un caso como la tragedia ocurrida el recién pasado 8 de marzo, en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción,  en San José Pinula, donde 40 niñas murieron quemadas. O bien, el caso del centro Etapa Dos, situado en el mismo municipio, donde el 3 de marzo del 2009, un grupo de 24 estudiantes (supuestos menores de edad) le cortaron la cabeza al profesor Jorge Emilio Winter Vidaurre. Los adolescentes mostraban la cabeza del profesor ante los medios de comunicación, exigiendo mejor alimentación y la visita a diario de sus familiares.

Estos supuestos menores (ya sentenciados por este hecho) eran en su mayoría adolescentes que terminaron involucrados en pandillas, debido a un sistema que durante años en Guatemala nadie ha podido detener, queda claro que el Estado no puede asumir el rol de padre, porque si lo hace, ha quedado demostrado que es un fiasco.  No se trata de buscar culpables, se necesita el cambio en uno mismo ¿Qué puedo hacer por mi país? ¿Cómo educo a mis hijos? y luego exigirle a los demás que aporten lo que en ley les corresponde. 


Guatemala, 17 de marzo de 2017
Abimael Menéndez


A continuación, uno de muchos casos que a diario sucede en Guatemala

  El niño tras la ventana

Ese día, como ya era costumbre, desde muy temprano estaba paradito  tras  la ventana. Así  su mirada  triste observabuna pequeña parte del bulevar. El niño no conocía qué había al otro lado de la pared de aquella  habitación instalada en un segundo nivel con vista a los álamos; mas que una pequeña parte del bulevar y el azul del cielo que con una mirada desconsolada observaba mientras pasaban las primeras horas del a.

Entretanto el chiquillo miraba a través de las barras de hierro forjado que formaban la barandilla del balcón de la ventana, fijaba sus redondos ojos  en el resplandor de una luz y miraba cómo muy lentamente la bola gigante que parecía arder en llamas  cambiabde  lugar;    pidamente  volteaba  su  mirada hacia  el  reloj    y  comparaba  el  movimiento  de  aquella  luz redonda con el avance de los minutos marcados por agujas de color azul marino. De esa manera el niño observaba  cómo  las agujas del   reloj   seguían   girand alrededor de los meros romanos de color dorado, plasmados en aquel plato que se encontraba    instalado  al lado  de  la  ventande ochenta  por noventa, del apartamento mero veintidós de aquel edificio situado en el sector G.

Aunque él no sabía de meros romanos mucho menos de horas y minutos, perfectamente comprendía que conforme avanzaban las agujas del reloj, la pelota gigante de  color  rojo puesta  a  distancia  en  el  cielo,  también  avanzaba  de  lugar. Así el niño entendía que faltaba poco para que su mamita regresara  casa, y aunque lloraba por momentos, ya se había acostumbrado a la compañía del silencio.

Con tan sólo tres años de edad trataba de entender su soledad
el porqué de mamá al dejarlo solo tanto tiempo. Paradito sobre la silla de madera viendo los álamos,  también observaba grupos de gente caminar en el bulevar sonreían—. Las horas transcuran el día se desvanea—, la luz de la pelota roja poco a poco desaparecía entre el horizonte.

Durante la tarde de ese mismo día, a unos veinte kilómetros de distancia   d aquel   diminuto   apartamento   d l colonia Nimajuyú, se encontraba la mamá de Juanito trabajando textiles en una maquila de origen coreano. Con una  evidente debilidad en  su cuerpo  falto de nutrientes, Rosalinda sucumbía ante el mundo sentía morirse—, nadie comprendía su fatídica situación  —un luto vitalicio; pero la pena sobre el futuro del niño la mantenía viva.

A ella le frustraba recordar que su hijo estaba solo en aquel apartamento y una depresión intensa dibujaba en su mente aquella escena el niño sin saberlo también luchaba para sobrevivir;  el  hambre  atacaba  injustamente  Juanito.  Sin tener un horario establecido; mas que la alarma de su intestino chillar, el niño se servía un vaso de atol cada poco tiempo.

Sin otra alternativa, le había dejado una olla con incaparina, sobre aquella mesita plástica que dos años atrás le había comprado su  esposo  —días  antes de  su asesinato.  Ella  no lograba borrar las horrendas imágenes como puestas en carrusel daban vueltas en su cabeza, veía pasar constantemente el rostro ensangrentado de su esposo agonizando con dos balas expansivas le habían destrozado la sien a Juan pez. Recordaba la portada del diario que decía:
¡Piloto es asesinado por no pagar la extorción! Desde ese día, se había aferrado a un luto perpetuo.El reloj de la fábrica Cheo-eume, marcaba las cinco de la tarde. Rosalinda,  mientras cosía el pantalón numerado con tiza blanca dos mil quinientos cuarenta” —último de la meta del día, caía muerta sobre la máquina. Con la nuca torcida, sus ojos totalmente rojos y sus brazos estirados sobre la máquina, cualquiera podía darse cuenta que ya estaba muerta.

¡Rosalinda! ¿Qué tienes? ¡Háblame por favor! —decía Gilberto, muy asustado. Mientras, llegaba el médico que laboraba en la fábrica. Gilberto compañero de neano creía lo que estaba pasando.  Se  trataba  dun  infarto  cerebral  eso  que  los médicos llaman isquemia—. El jefe, mientras la observaba, pensaba: /Realmente hay penas que matan/.

La mala noticia se expandía como pólvora  encendida entre los doscientos empleados. Todos lamentaban su muerte, sin tan siquiera saber que aquel asesino neuronal dejaba en la orfandad a un niño de tres años. Juanito, sin imaginarse que su madre había muerto, miraba el cielo oscurecerse la pelota roja ya se había ocultado, con su mirada desconsolada observaba la niebla, mientras transcurrían las primeras horas de la noche.

Leamiba Zednénem.

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