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lunes, 6 de marzo de 2017

Amigos del PAP y un efpemista

Esta semana hemos recibido obras de dos estudiantes del Programa Preparatorio Académico (PAP), y un efpemista. Así que, sin más preámbulo, los dejamos con el talento de estos tres amigos. 

Maternidad finada


Cuando a mi madre
Le da por hablar de la muerte
La veo directo al abismo
Y le cuento de todas esas veces
Que nos hemos mutilado
Tomados del cerebro
Marcando el territorio
De las heridas propias.

Tomo su corazón y lo rasgo
Le muestro las vejaciones de los días
Todas las horas revueltas
Convulsionándose
En tiempo cenizo.

Espino sus cicatrices
Con deseo de abrirlas
Derramar el pus interno
Hacerla liviana
Para que vuele y no vuelva.

Desenredo las palabras
Las pequeñas vidas
Las pequeñas muertes
Golpeo sus bóvedas internas
Le cuento que ya hemos muerto
Irremediablemente.

Clavo maderos
Siembro hiedras
Los recuerdos se derraman
En sustancias conocidas
Clausurando
La próxima intrusión.

Levanto muros de concreto
Granito, palabras, sonidos
Construyo la muralla perfecta
Con los huesos olvidados
Expulsados por impulsos
De todas las verdades vedadas.

Reviso las pequeñas aberturas
Donde los rasguños dejaron marcas
Huellas a base de excremento
Expulsado del dolor, depresión, incompetencia.

Se desmorona
La arquitectura triste
Sin fuerzas para sostenerse
Sin que le ayudemos.

Cuando a mi madre
Le da por hablar de la muerte
La veo al abismo
—desde la ubicuidad—
Y no digo nada
Ya hemos muerto
Irremediablemente.

Para hacer de este día algo pesado
Recorrí las sombras
Y sí, todavía
Un mínimo espacio
Ocupan las noches
Donde imágenes mentales
Se convertían en retratos felices
De un ser deiforme, antes con vida.

Y sí; aún
Estás rondando
Aruñando
Desdibujando
Cada figura incompresible
Vaciando tus esencias acrílicas.


A veces te parecías tanto a mi madre.

                                                                   Víctor René


La espera

No sé si está bien esperar
Pero no quiero hacerlo 
No sé si está mal entregar
Lo que otros venden con facilidad.

Tal vez sea el derrumbe de las barreras
Que la realidad construyó 
Tal vez solo soy idealista
Que espera ver un relámpago que nunca brilló.

Tan sencillo y común acto.

Me tomó de la mano, no sentí un ápice
Me besó, no existió más que vulgar placer
Mientras cavilo probabilidades
Sigue su mano deslizando.

Me entregaré a los sin alma
Y ya no esperar.
La espera puede que sea aún corta
Pero sino continúo.

Si en su cuerpo sucio no clavo
El toque adecuado 
Moriré esperando…
                                   Agonizando…
                                                                       Y mi cuerpo es egoísta.


                                                   Víctor

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"AL FINAL SIEMPRE SUCEDE IGUAL"

 (Historia filosófica)



Por: Horacio Monterroso


Desde el suelo, un ave surca el cielo a diez mil metros de altura. Para los poblados en tierra es una tarde cotidiana de verano, tan cotidiana como las estelas blancas dejadas atrás del pájaro de acero por la reacción de sus motores.

Viajo en clase turista, pues  —dados mis asuntos— no preciso de comodidades ni atenciones de primera clase; me muevo entre una multitud de personas normales… pero, ¿qué significa ser normal? Pues, resulta que por mi profesión —la que en breve usted conocerá— gusto por crear estrechas relaciones con quienes debo encontrarme en cada cita; tanto que en ocasiones he conocido hasta la intimidad misma de un individuo, llegándose a parecer a una experiencia espiritual elevada. Todo, por el simple gusto de conocerlos mejor antes de entrar en los asuntos de negocios y las formalidades de mis obligaciones.

De este modo he conocido un gran número de personajes muy interesantes. Y, debido a la experiencia que los años me han conferido, poseo la capacidad de distinguir con apenas un vistazo a los que llevan vidas exquisitas e interesantes y a quienes viven de forma predecible y automatizada. ¡A estos últimos me refiero como normales! Pues bien, dentro del avión llaman mi atención un pastor evangélico —la lectura de la Biblia, el porte, la vestimenta, hasta el peinado lo delata— que viaja en compañía de la mayor de sus hijas —la mirada retraída, postura tímida y el vestido floreado tienen mucho que decirle a un ojo entrenado. Se suma un grupo de monjas asistidas por un cardenal de edad avanzada. Y finalmente, tres ateos completan el total de personas a bordo. Me pregunto si esta vez habrá algo que me sorprenda; algo que logre escaparse de lo cotidiano y monótono que se ha vuelto mi trabajo tras un sin fin de días de hacer… Lo mismo.

La hija del pastor, una joven de 22 años que noté atraída por un muchacho al que apenas pudo ver mientras se acomodaba en su asiento durante el abordaje. Él, debió quedar a dos o tres filas detrás. Noté su inquietud por voltear y mirarlo de nuevo. Seguramente deseaba otra dosis de esa satisfacción efímera, esa que nos inunda el cerebro de dopamina al contemplar a la persona que nos gusta mientras ella no lo advierta. Sin embargo, lo creyó inapropiado para una señorita de su condición.

En un momento se preguntó qué tal sería vivir sin esperar ninguna aprobación o prejuicio, qué tal sería vivir haciendo nada más lo que ella quería.

Al mismo tiempo, una duda por razones diferentes pero igual en naturaleza invadía a una de las monjas. La mujer se preguntaba si su verdadero lugar estaba ahí; en ese vuelo junto al resto de sus hermanas. ¿Qué tal habría sido la experiencia de ofrecerle el pecho a un recién nacido y haber cuidado de una familia? Se preguntaba si no era demasiado tarde para emprender un nuevo camino, pues en aquel momento su fe se veía seriamente comprometida.

La aeronave sufrió un tambaleó acompañado de un estruendo. Aquello no podían ser buenas noticias. El capitán comunicó desde cabina el incidente decidiendo además no reservarse la gravedad del asunto, puesto que el destino de todos era incierto.
Tras breves segundos de estupor las reacciones formaron un alboroto…

El obispo y el pastor impusieron orden —Como era de esperarse. Alentaron al grupo para tomarse de las manos y orar por un milagro. Salvo una sola persona, todos se dispusieron a orar con esmero, incluidos dos de los que —antes del suceso— se reconocían a sí mismos como no creyentes. Ahora en cambio, habían doblado rodillas ante la noticia del infortunio. Escuché a uno susurrar perdón a la Providencia por haber negado su existencia. Reconocía que aquello había sido provocado por enojo, producto de la desatención hacia un favor solicitado. Pero dadas las circunstancias, veía oportuno el momento para volver a creer, arrepentirse de sus actos y clamar por auxilio.

El otro por su parte, comprendió que había estado movido por su propia infelicidad, y que con su actitud había intentado irritar al resto, en un afán por contagiarlos con la infelicidad que carcomía sus entrañas. En ambos casos compartían una profunda necesidad por reconciliarse consigo mismos y con la Divinidad. Tras conseguirlo, lloraron con desconsuelo por no habérselo permitido antes y haber desperdiciado oportunidades que ya nunca tendrían para reconciliarse también con sus familias.

Me detuve observando a un tipo normal que se acercó a orar, a pesar de que su convicción era igual de ambigua que la del resto; pues la razón y la experiencia lo hacían dudar de si alguien escucharía sus plegarias. Sin embargo, se convenció a sí mismo suponiendo que nada perdería con creer; a final de cuentas, no había nada que lamentar de no encontrarse con un más allá, pero en cambio, de resultar efectivo que algo más existe, tendría todo según él por ganar.

Desgraciadamente para todos, nadie más que yo sabe que se necesita algo más que una plegaria para salvar el vuelo. La fatiga por desgaste en el acero de un tornillo había provocado una serie de eventos que mantenía afligidos a estos desafortunados allá arriba. En tierra, el técnico de mantenimiento creyó innecesario realizar una revisión exhaustiva en aquel insignificante componente de la nave. “Han sido tantas las veces que esta obra de la ingeniería humana ha atravesado los océanos, que no hay razón para pensar que algo impida tal hazaña una vez más”. —Se dijo.

Luego de un rato de plegarias con mucha o poca medida de fe, pero indudablemente con deseos de que una mano invisible tomara el avión y lo colocara a salvo en tierra, los tripulantes se dieron un tiempo para mirar hacia atrás en sus vidas.

La hija del pastor pensó en los pocos años que había vivido, y de cómo habían sucedido. Sobre lo difícil y extenuante que significaba ser la persona que todos esperaban que fuera. Atenta de guardar las apariencias y reprimiendo hasta sus más profundos pensamientos había provocado en ella tanto estrés que le hacía perder la salud; por lo que debía tomar antidepresivos para evitar volverse loca y poder soportar el encadenamiento mental al que se sometía por voluntad propia.

Pensó en lo distinta que era la vida de su hermana menor. No era difícil imaginarla allá abajo, ahora, le parecía en otro sentido más profundo con los pies sobre la tierra. La recordaba como la buena joven cristiana de 19 años que todos dentro de la comunidad reconocían. Pero que guardaba un secreto para no volverse loca, para no perder la salud y el juicio. A diferencia de su hermana [en tierra], ella nunca tuvo un grupo de amigos ajenos al círculo social de su iglesia, frente a los que no fuera necesario guardar las apariencias o se escandalizaran en caso quisiera hablar de sexualidad o proferir alguna grosería. Reconocía las cadenas que habían mantenido su mente atada.

El miedo a la condena de su alma en ocasiones le daba el consuelo y la fortaleza para persistir con su labor auto infligida; pero mayormente reconocía que el miedo la persuadía para ahogar la dicotomía que en su interior no alcanzaba hallar un equilibrio, y que su cuerpo hacía evidentes con quebrantos físicos y emocionales.

¡Sería ahora o nunca! Se dirigió apresurada hacia el joven y sin decir nada le dio un beso que asombró a su padre. Que por las circunstancias, nada importaba.

Así es como se siente. Aquello era estar viva. Se reprochó tener que estar a punto de morir para permitirse comenzar a vivir.

Frecuentemente muchos evitan en lo posible, pensar en el momento en que pasarán de existir a no existir. Suelen pensar únicamente en la recompensa prometida a posterior. Quizás sea porque hay que estar muerto para recibir lo que compras, y eso puede no parecer muy sensato, por lo que resultar muy tentador ignorar esa parte. Para la joven, la seguridad de su fe parecía tambalearse. A donde viera no alcanzaba a encontrar algo que le diera una esperanza, un alivio, un auxilio. Aquello no se parecía en nada a como había imaginado que sería su final. Esto no era nada encantador, ni parecía tan certero. Se veía a sí misma rodeada por la oscuridad de la incertidumbre pues aquello era real y no había forma de ignorarlo.

Mientras todo ocurría, una persona permanecía inmóvil en su asiento. Una mujer que desde hacía tiempo había decidido vivir sujeta a la razón, y que hasta ese día, había anhelado entender las causas que deshilan la vida de los hombres. Sin embargo, al ver a todos preparándose para el inevitable final, se preguntó si debía hacer lo mismo. Por más intentos que hizo, apenas alcanzó a manifestar un sentimiento de pena para consigo misma, ya que no había concebido hijo alguno y no tenía a quien heredar un legado. Su tristeza se halló con un recuerdo histórico en la ciudad de Priene, en el momento cuando esta sufría el asedio del Imperio Persa. Hizo suyas las palabras que Bias expresó en aquella ocasión: “Omnia mea mecum porto” (Todo lo que tengo lo llevo conmigo) —replicó con la vista perdida y un apenas perceptible movimiento de sus labios.

Aquella mujer entendía que sus pensamientos y su sabiduría eran los tesoros más preciados que poseía. Podía sentirse asida a ellos con fuerza, pues era algo que con facilidad reconocía dentro de sí misma de modo tan real y tan pleno que le daba el coraje y la resignación necesaria para contemplar y abrazar en calma a su destino. Con otro recuerdo vino también la tragedia. Nubes de polvo y fuego apagaron sus memorias. Apenas logré arrancar el último recuerdo que contuvieron sus sienes y que me mantuvo pensando hasta el momento en que el polvo comenzó a disiparse. …La muerte es un accidente de la vida, solía expresar Séneca.

Así que, eso soy después de todo... Tan solo un accidente de la vida. 

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Personajes que cobran vida

 Por: Edgar Ariel Reyes

Carné: 201515345

            Existen libros que nunca mueren, esos libros que nos han acompañado durante siglos y que hacen inmortal al escritor de sus vivencias. Pero, ¿por qué nos son tan llamativos? Dejando de lado las grandes novelas de los escritores de la antigua Grecia y Roma que, quizá leamos porque sí no, nos es imposible entender a Joyce, Cortázar, Cervantes y otra cantidad abundante de esos escritores tan sumamente cultos que invaden todo Universo conocido de la literatura.

            Cuando Dios creó a Eva y Adán, sin duda alguna, los personajes eran tan libres e independientes que era lógico que esos primeros humanos se desplazasen del destino original que su Creador le había impuesto. Así son esos grandes clásicos que han sobrevivido a la dura prueba del tiempo.
            En “El Quijote de la Mancha” claramente vemos a un personaje que cobra vida propia, poco sabemos de Cervantes como para asegurar que el personaje es una autobiografía del autor, sin embargo, cuando leemos al Quijote claramente notamos que el personaje tiene una personalidad propia que difícil es creer que Cervantes haya tenido tantas desventuras como el propio personaje, aunque de haber agregado en el libro algunas de sus vivencias el Quijote les otorgaba vida propia a las anécdotas. Es por ello que esta magnífica obra es considerada la primera novela moderna, pues de ella deben partir todas esas obras que dejarán marca en la historia de la literatura.

            Existe una anécdota apócrifa que dice que Flaubert dijo que Emma Bovary era el mismo, cosa que de ser cierta no narra lo que Flaubert vivía o vivió algún día, sino una realidad alterna que pudiese haber vivido si su vida hubiese tomado otro rumbo, pues una tarea ardua fue escribir la obra “Madame Bovary” según lo hace notar la copiosa correspondencia que nos dejó como legado y que sin duda todo aspirante a escritor debe leer. Si notamos con claridad vemos retratada a una sociedad a la que Flaubert distaba de pertenecer y una mundología que le era ajena, por tanto, a pesar de la anécdota apócrifa que menciono llegase a ser cierta, y Flaubert se retratase a sí mismo en Emma, lo único que pudo haberle entregado serían los sentimientos románticos juveniles, después de ello Emma empieza a tomar vida propia alejándose cada vez más de lo que el propio Flaubert fue.

            Franz Kafka, muy famoso por sus novelas oníricas, no se encuentra a sí mismo en ningún papel representado por los personajes, pues los propios personajes viven una realidad distinta a la realidad en sí, tan absurda es la existencia de los personajes que viven en sus obras que se han ganado el título y un verbo nuevo de kafkiano.

            El narrador de “A la búsqueda del tiempo perdido” es y no es al mismo tiempo el propio Proust, pues, aunque son recuerdos del autor los que se intenta evocar en la obra son tan exagerados que figura una vida distinta de la que Proust fue dueño. 

            Así creo saber que estas novelas nos impresionan tanto porque son dueñas de una inmortalidad con la que todos nosotros, hombres finitos, soñamos lograr un día, una realidad diferente e imaginaria a nuestro propio existir.



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