Esta semana hemos recibido obras de dos estudiantes del Programa Preparatorio Académico (PAP), y un efpemista. Así que, sin más preámbulo, los dejamos con el talento de estos tres amigos.
Maternidad finada
Cuando a mi madre
Le da por hablar de la
muerte
La veo directo al abismo
Y le cuento de todas esas
veces
Que nos hemos mutilado
Tomados del cerebro
Marcando el territorio
De las heridas propias.
Tomo su corazón y lo rasgo
Le muestro las vejaciones
de los días
Todas las horas revueltas
Convulsionándose
En tiempo cenizo.
Espino sus cicatrices
Con deseo de abrirlas
Derramar el pus interno
Hacerla liviana
Para que vuele y no vuelva.
Desenredo las palabras
Las pequeñas vidas
Las pequeñas muertes
Golpeo sus bóvedas internas
Le cuento que ya hemos
muerto
Irremediablemente.
Clavo maderos
Siembro hiedras
Los recuerdos se derraman
En sustancias conocidas
Clausurando
La próxima intrusión.
Levanto muros de concreto
Granito, palabras, sonidos
Construyo la muralla
perfecta
Con los huesos olvidados
Expulsados por impulsos
De todas las verdades
vedadas.
Reviso las pequeñas
aberturas
Donde los rasguños dejaron
marcas
Huellas a base de
excremento
Expulsado del dolor,
depresión, incompetencia.
Se desmorona
La arquitectura triste
Sin fuerzas para sostenerse
Sin que le ayudemos.
Cuando a mi madre
Le da por hablar de la
muerte
La veo al abismo
—desde la ubicuidad—
Y no digo nada
Ya hemos muerto
Irremediablemente.
Para hacer de este día algo pesado
Recorrí las sombras
Y sí, todavía
Un mínimo espacio
Ocupan las noches
Donde imágenes mentales
Se convertían en retratos felices
De un ser deiforme, antes con vida.
Y sí; aún
Estás rondando
Aruñando
Desdibujando
Cada figura incompresible
Vaciando tus esencias acrílicas.
A veces te parecías tanto a mi madre.
Víctor René
La espera
No sé si está bien esperar
Pero no quiero hacerlo
No sé si está mal entregar
Lo que otros venden con facilidad.
Tal vez sea el derrumbe de las barreras
Que la realidad construyó
Tal vez solo soy idealista
Que espera ver un relámpago que nunca brilló.
Tan sencillo y común acto.
Me tomó de la mano, no sentí un ápice
Me besó, no existió más que vulgar placer
Mientras cavilo probabilidades
Sigue su mano deslizando.
Me entregaré a los sin alma
Y ya no esperar.
La espera puede que sea aún corta
Pero sino continúo.
Si en su cuerpo sucio no clavo
El toque adecuado
Moriré esperando…
Agonizando…
Y
mi cuerpo es egoísta.
Víctor
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"AL FINAL SIEMPRE SUCEDE IGUAL"
(Historia filosófica)
Por: Horacio
Monterroso
Desde el suelo, un ave
surca el cielo a diez mil metros de altura. Para los poblados en tierra es una
tarde cotidiana de verano, tan cotidiana como las estelas blancas dejadas atrás
del pájaro de acero por la reacción de sus motores.
Viajo en clase turista,
pues —dados mis asuntos— no preciso de
comodidades ni atenciones de primera clase; me muevo entre una multitud de
personas normales… pero, ¿qué significa ser normal? Pues, resulta que por mi
profesión —la que en breve usted conocerá— gusto por crear estrechas relaciones
con quienes debo encontrarme en cada cita; tanto que en ocasiones he conocido
hasta la intimidad misma de un individuo, llegándose a parecer a una experiencia
espiritual elevada. Todo, por el simple gusto de conocerlos mejor antes de
entrar en los asuntos de negocios y las formalidades de mis obligaciones.
De este modo he conocido un
gran número de personajes muy interesantes. Y, debido a la experiencia que los
años me han conferido, poseo la capacidad de distinguir con apenas un vistazo a
los que llevan vidas exquisitas e interesantes y a quienes viven de forma
predecible y automatizada. ¡A estos últimos me refiero como normales! Pues
bien, dentro del avión llaman mi atención un pastor evangélico —la lectura de la Biblia,
el porte, la vestimenta, hasta el peinado lo delata— que viaja en compañía de la
mayor de sus hijas —la mirada
retraída, postura tímida y el vestido floreado tienen mucho que decirle a un
ojo entrenado. Se suma un
grupo de monjas asistidas por un cardenal de edad avanzada. Y finalmente, tres
ateos completan el total de personas a bordo. Me pregunto si esta vez habrá
algo que me sorprenda; algo que logre escaparse de lo cotidiano y monótono que
se ha vuelto mi trabajo tras un sin fin de días de hacer… Lo mismo.
La hija del pastor, una
joven de 22 años que noté atraída por un muchacho al que apenas pudo ver
mientras se acomodaba en su asiento durante el abordaje. Él, debió quedar a dos
o tres filas detrás. Noté su inquietud por voltear y mirarlo de nuevo.
Seguramente deseaba otra dosis de esa satisfacción efímera, esa que nos inunda el
cerebro de dopamina al contemplar a la persona que nos gusta mientras ella no
lo advierta. Sin embargo,
lo creyó inapropiado para una señorita de su condición.
En un momento se preguntó
qué tal sería vivir sin esperar ninguna aprobación o prejuicio, qué tal sería vivir
haciendo nada más lo que ella quería.
Al mismo tiempo, una duda
por razones diferentes pero igual en naturaleza invadía a una de las monjas. La
mujer se preguntaba si su verdadero lugar estaba ahí; en ese vuelo junto al
resto de sus hermanas. ¿Qué tal habría sido la experiencia de ofrecerle el
pecho a un recién nacido y haber cuidado de una familia? Se preguntaba si no
era demasiado tarde para emprender un nuevo camino, pues en aquel momento su fe
se veía seriamente comprometida.
La aeronave sufrió un
tambaleó acompañado de un estruendo. Aquello no podían ser buenas noticias. El
capitán comunicó desde cabina el incidente decidiendo además no reservarse la
gravedad del asunto, puesto que el destino de todos era incierto.
Tras breves segundos de
estupor las reacciones formaron un alboroto…
El obispo y el pastor
impusieron orden —Como era de esperarse. Alentaron al grupo para tomarse de las
manos y orar por un milagro. Salvo una sola persona, todos se dispusieron a
orar con esmero, incluidos dos de los que —antes del suceso— se reconocían a
sí mismos como no creyentes. Ahora en cambio, habían doblado rodillas ante la
noticia del infortunio. Escuché a uno susurrar perdón a la Providencia por
haber negado su existencia. Reconocía que aquello había sido provocado por
enojo, producto de la desatención hacia un favor solicitado. Pero dadas las
circunstancias, veía oportuno el momento para volver a creer, arrepentirse de
sus actos y clamar por auxilio.
El otro por su parte,
comprendió que había estado movido por su propia infelicidad, y que con su
actitud había intentado irritar al resto, en un afán por contagiarlos con la
infelicidad que carcomía sus entrañas. En ambos casos compartían una profunda
necesidad por reconciliarse consigo mismos y con la Divinidad. Tras
conseguirlo, lloraron con desconsuelo por no habérselo permitido antes y haber
desperdiciado oportunidades que ya nunca tendrían para reconciliarse también
con sus familias.
Me detuve observando a un
tipo normal que se acercó a orar, a pesar de que su convicción era igual de
ambigua que la del resto; pues la razón y la experiencia lo hacían dudar de si
alguien escucharía sus plegarias. Sin embargo, se convenció a sí mismo
suponiendo que nada perdería con creer; a final de cuentas, no había nada que
lamentar de no encontrarse con un más allá, pero en cambio, de resultar
efectivo que algo más existe, tendría todo según él por ganar.
Desgraciadamente para
todos, nadie más que yo sabe que se necesita algo más que una plegaria para
salvar el vuelo. La fatiga por desgaste en el acero de un tornillo había
provocado una serie de eventos que mantenía afligidos a estos desafortunados
allá arriba. En tierra, el técnico de mantenimiento creyó innecesario realizar
una revisión exhaustiva en aquel insignificante componente de la nave. “Han
sido tantas las veces que esta obra de la ingeniería humana ha atravesado los
océanos, que no hay razón para pensar que algo impida tal hazaña una vez más”. —Se
dijo.
Luego de un rato de
plegarias con mucha o poca medida de fe, pero indudablemente con deseos de que
una mano invisible tomara el avión y lo colocara a salvo en tierra, los
tripulantes se dieron un tiempo para mirar hacia atrás en sus vidas.
La hija del pastor pensó en
los pocos años que había vivido, y de cómo habían sucedido. Sobre lo difícil y
extenuante que significaba ser la persona que todos esperaban que fuera. Atenta
de guardar las apariencias y reprimiendo hasta sus más profundos pensamientos
había provocado en ella tanto estrés que le hacía perder la salud; por lo que
debía tomar antidepresivos para evitar volverse loca y poder soportar el
encadenamiento mental al que se sometía por voluntad propia.
Pensó en lo distinta que
era la vida de su hermana menor. No era difícil imaginarla allá abajo, ahora,
le parecía en otro sentido más profundo con los pies sobre la tierra. La recordaba como la buena
joven cristiana de 19 años que todos dentro de la comunidad reconocían. Pero
que guardaba un secreto para no volverse loca, para no perder la salud y el
juicio. A diferencia de su hermana [en tierra], ella nunca tuvo un grupo de
amigos ajenos al círculo social de su iglesia, frente a los que no fuera necesario
guardar las apariencias o se escandalizaran en caso quisiera hablar de
sexualidad o proferir alguna grosería. Reconocía las cadenas que habían
mantenido su mente atada.
El miedo a la condena de su
alma en ocasiones le daba el consuelo y la fortaleza para persistir con su
labor auto infligida; pero mayormente reconocía que el miedo la persuadía para
ahogar la dicotomía que en su interior no alcanzaba hallar un equilibrio, y que
su cuerpo hacía evidentes con quebrantos físicos y emocionales.
¡Sería ahora o nunca! Se
dirigió apresurada hacia el joven y sin decir nada le dio un beso que asombró a
su padre. Que por las circunstancias, nada importaba.
Así es como se siente.
Aquello era estar viva. Se reprochó tener que estar a punto de morir para
permitirse comenzar a vivir.
Frecuentemente muchos
evitan en lo posible, pensar en el momento en que pasarán de existir a no
existir. Suelen pensar únicamente en la recompensa prometida a posterior.
Quizás sea porque hay que estar muerto para recibir lo que compras, y eso puede
no parecer muy sensato, por lo que resultar muy tentador ignorar esa parte.
Para la joven, la seguridad de su fe parecía tambalearse. A donde viera no
alcanzaba a encontrar algo que le diera una esperanza, un alivio, un auxilio.
Aquello no se parecía en nada a como había imaginado que sería su final. Esto
no era nada encantador, ni parecía tan certero. Se veía a sí misma rodeada por
la oscuridad de la incertidumbre pues aquello era real y no había forma de
ignorarlo.
Mientras todo ocurría, una persona
permanecía inmóvil en su asiento. Una mujer que desde hacía tiempo había
decidido vivir sujeta a la razón, y que hasta ese día, había anhelado entender
las causas que deshilan la vida de los hombres. Sin embargo, al ver a todos
preparándose para el inevitable final, se preguntó si debía hacer lo mismo. Por
más intentos que hizo, apenas alcanzó a manifestar un sentimiento de pena para
consigo misma, ya que no había concebido hijo alguno y no tenía a quien heredar
un legado. Su tristeza se halló con un recuerdo histórico en la ciudad de
Priene, en el momento cuando esta sufría el asedio del Imperio Persa. Hizo suyas
las palabras que Bias expresó en aquella ocasión: “Omnia mea mecum porto” (Todo
lo que tengo lo llevo conmigo) —replicó con la vista perdida y un apenas
perceptible movimiento de sus labios.
Aquella mujer entendía que sus
pensamientos y su sabiduría eran los tesoros más preciados que poseía. Podía
sentirse asida a ellos con fuerza, pues era algo que con facilidad reconocía
dentro de sí misma de modo tan real y tan pleno que le daba el coraje y la
resignación necesaria para contemplar y abrazar en calma a su destino. Con otro
recuerdo vino también la tragedia. Nubes de polvo y fuego apagaron sus
memorias. Apenas logré arrancar el último recuerdo que contuvieron sus sienes y
que me mantuvo pensando hasta el momento en que el polvo comenzó a disiparse. …La muerte es un accidente
de la vida, solía expresar Séneca.
Así que, eso soy después de
todo... Tan solo un accidente de la vida.
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Personajes que
cobran vida
Por: Edgar Ariel Reyes
Carné: 201515345
Existen libros que nunca mueren,
esos libros que nos han acompañado durante siglos y que hacen inmortal al
escritor de sus vivencias. Pero, ¿por qué nos son tan llamativos? Dejando de
lado las grandes novelas de los escritores de la antigua Grecia y Roma que,
quizá leamos porque sí no, nos es imposible entender a Joyce, Cortázar,
Cervantes y otra cantidad abundante de esos escritores tan sumamente cultos que
invaden todo Universo conocido de la literatura.
Cuando Dios creó a Eva y Adán, sin
duda alguna, los personajes eran tan libres e independientes que era lógico que
esos primeros humanos se desplazasen del destino original que su Creador le
había impuesto. Así son esos grandes clásicos que han sobrevivido a la dura
prueba del tiempo.
En “El Quijote de la Mancha”
claramente vemos a un personaje que cobra vida propia, poco sabemos de Cervantes como para asegurar que el
personaje es una autobiografía del autor, sin embargo, cuando leemos al Quijote claramente notamos que el personaje
tiene una personalidad propia que difícil es creer que Cervantes haya tenido tantas desventuras como el propio personaje,
aunque de haber agregado en el libro algunas de sus vivencias el Quijote les otorgaba vida propia a las
anécdotas. Es por ello que esta magnífica obra es considerada la primera novela
moderna, pues de ella deben partir todas esas obras que dejarán marca en la
historia de la literatura.
Existe una anécdota apócrifa que
dice que Flaubert dijo que Emma Bovary era el mismo, cosa que de
ser cierta no narra lo que Flaubert vivía o vivió algún día, sino una realidad
alterna que pudiese haber vivido si su vida hubiese tomado otro rumbo, pues una
tarea ardua fue escribir la obra “Madame Bovary” según lo hace notar la copiosa
correspondencia que nos dejó como legado y que sin duda todo aspirante a
escritor debe leer. Si notamos con claridad vemos retratada a una sociedad a la
que Flaubert distaba de pertenecer y
una mundología que le era ajena, por tanto, a pesar de la anécdota apócrifa que
menciono llegase a ser cierta, y Flaubert se retratase a sí mismo en Emma, lo único que pudo haberle
entregado serían los sentimientos románticos juveniles, después de ello Emma empieza a tomar vida propia
alejándose cada vez más de lo que el propio Flaubert
fue.
Franz Kafka, muy famoso por sus
novelas oníricas, no se encuentra a sí mismo en ningún papel representado por
los personajes, pues los propios personajes viven una realidad distinta a la
realidad en sí, tan absurda es la existencia de los personajes que viven en sus
obras que se han ganado el título y un verbo nuevo de kafkiano.
El narrador de “A la búsqueda del
tiempo perdido” es y no es al mismo tiempo el propio Proust, pues, aunque son recuerdos del autor los que se intenta
evocar en la obra son tan exagerados que figura una vida distinta de la que Proust fue dueño.
Así creo saber que estas novelas nos
impresionan tanto porque son dueñas de una inmortalidad con la que todos
nosotros, hombres finitos, soñamos lograr un día, una realidad diferente e
imaginaria a nuestro propio existir.
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