Este viernes engalana el blog el estudiante de
psicología Matheus Kar, un joven escritor y ensayista guatemalteco.
Reacio a las multitudes e
inquilino de bibliotecas, Matheus Kar nació en Guatemala en 1994; aunque su muerte sigue sin definirse,
podría ocurrir cualquier día. Entre los varios reconocimientos cuenta con el II
Certamen Nacional de Narrativa y Poesía "Canto de Golondrinas" 2015,
el Premio Luis Cardoza y Aragón (2016), organizado en Antigua Guatemala, y el
Premio Editorial Universitaria "Manuel José Arce" (2016). Su trabajo
aparece en antologías, revistas, fanzines y blogs de todo el radio. Ha
publicado Asubhã (poesía; Editorial Universitaria, 2016).
Sus escritos de protesta revelan en él un deseo de mejorar la situación que actualmente se vive en la Universidad y que a la vez repercute en la población. Su propuesta al cambio lo hace a través de sus letras y su actuar. Sin más preámbulo a continuación sus palabras.
Los Caballeros de la Capucha Oxidada
Guatemala es un cúmulo
de contradicciones. Y también un país tercermundista. Se
le llama tercermundista a todo país que no configuró la violencia global de las
guerras del siglo pasado: países presuntamente sin la capacidad bélica de
otros. Sin embargo, Guatemala está entre los países más violentos que apelmazan
el planeta y en donde el genocidio orada el imaginario social de forma
permanente.
La
desigualdad desmedida y la litigante herencia histórica no promovieron una
cultura democrática. Tras la convulsión esquemática del siglo XX, han cambiado
las prácticas políticas. No obstante, se perpetuán y alimentan ciertas
posiciones subjetivas mimetizadas en el
corpus social y el ejercicio instituido.
Ordenar
la sociedad en clases produce un poder autoritario y violento: produce las
figuras de opresor-oprimido, conceptualizadas por Freire, o, de igual forma,
las analizadas por Fromm: la relación sádico-masoquista. El ejercicio del poder
no necesita de tantos personajes, basta con un teatro, un villano, un oprimido
y un espectador. Al resto le llamamos historia. Antes, el opresor era el
Estado. El oprimido, el proletariado, el sancarlista, el estudiante que
escondía panfletos libertarios en las pantorrillas. Pero de eso hace mucho. La
posición opresor-oprimido no desapareció, ni siquiera cambió de forma. Cambio
de personajes, sí. Cambio de víctima, no.
La
USAC. La pileta con meados. Las rapas. El desgarramiento de jeans, playeras y
blusas. La sangre y el sudor mezclándose con el lodo. Estudiantes huyendo en
círculos que se rompen. Persecuciones. Gritos. Caudillos. Amenazas volubles
dentro de edificios. Bien podríamos estar hablando de la G2, de la Mano Blanca
o de los escuadrones del Gral. Ríos Montt que evangelizaban a punta de escopeta
hogares y aldeas. Pero no, por el momento, hablamos, por ejemplo, de los
bautizos que ocurren en la USAC, a manos del KKK sancarlista, las bacanas
encapuchadas: ese ritualismo violento que naturalizamos a diario, que se
legitima cada vez que financiamos un boletín, una velada huelgueara, una
declaratoria o un Rey Feato. Con la mayor inocencia, muchas veces financiamos
delincuentes.
Y
es que no faltará el patibulario nacionalista (que se resignó hace mucho a no
ser gringo) que abogue y defienda el folclor económico de la Huelga y se aferre
al pezón de las tradiciones. Pero estos patibularios nacionalistas aunque no
entiendan que la Huelga fue creada con otros propósitos más allá de alimentar
una fiesta privada y un consorcio de criminales en boga que hacen de la
autonomía universitaria un defecto y no una virtud, también fomentan esta
posición sádico-masoquista.
Y
al final solo es eso, los defensores de una tradición como esta no harán más
que cumplir el papel legitimario de la postura oprimido-masoquista frente al
sádico-opresor huelguero.
La
Huelga de Dolores, con todos sus dolores, condensa el imaginario violento que
nos legó los Acuerdos de Paz de 1996: la extorsión, la represión, la
persecución, la impunidad, la evasión fiscal, la paranoia y el anonimato
criminal. La Huelga perdió su esencia, dejó de ser un movimiento para ser una
tradición pervertida que pervierte, que, al final del siglo XX, se somete ante
su eterno agresor: el Estado.
Se
somete porque nunca llegó a entenderlo, jugó con el problema pero jamás llegó a
comprenderlo. Y sus mecanismos replican lo temido. La capucha promueve la
impunidad y promueve la replicación de la violencia, como si con el ejército no
tuvimos suficiente.
La
Huelga de Dolores no asimila las necesidades de los guatemaltecos, porque no
los representa, porque los principios de la huelga traicionan la salud mental
guatemalteca. La Huelga perpetúa el trauma histórico y social y aviva el miedo
que llevamos en la sangre. Frankel (2012) propone que la identificación con el agresor supone un proceso en el cual la
persona (entidad o personaje) se somete frente al agresor, siendo un espectador
interno, pensando, quizá, que así elude un daño posible. Mariano Gonzáles (2017) plantea que el
agredido busca pensar como el agresor para adivinar
qué es lo que éste requiere y así responder adecuadamente. Pero esto no ocurre
en Guatemala. Menos con la Huelga. Como en todo Camino al Mundial de Futbol,
nos quedamos en la hexagonal final.
La
Huelga intentó por mucho, estoicamente, comprender a su dialectico agresor, el Estado; la última opción era hacerse uno
con él y creer que desde dentro podía
llegar a comprenderlo. Pero una estructura que replica la violencia puede
llegar a ceder ante las pulsiones violentas, y la esperada asimilación acaba
despersonaliza. La Huelga, al final, replica lo sentido para naturalizar lo
experimentado.
La
identificación con el agresor
promueve las configuraciones sociales. La Huelga vive un mesianismo dañino, no
se da cuenta que con soplar la vuvuzela jamás conseguirá una “revolución”. El
estado egocéntrico de percepción de la realidad en el cual se encuentra refleja
un desprecio por la realidad de los demás: la nuestra.
En
fin, a todo esto, la Huelga continuará su fiesta privada, desembolsando el
erario público, en su flamante exhibicionismo trasnochado. A su vez, los otros,
la sociedad guatemalteca, continuarán con el pasivo papel de voyeristas, en el
que se han acomodado, bajo la guillotina histórica que algunos todavía
sostienen allá en el cielo,
¿Pero
hasta cuándo?
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