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sábado, 23 de septiembre de 2017

Tres relatos breves por Mabi Elena Méndez

Mabi Elena Méndez es un personaje de ficción que trata de tomar lo que se mueve a su alrededor para convertirlo en una historia, relato o poesía. Es una persona que siempre tiene una opinión distinta al vox populi sobre las situaciones de la vida, porque las ve con otros ojos, algo más naturalista. Es un anagrama. Es un seudónimo, es un refugio para ocultar sentimientos. Es un caudal de ideas turbias. Es un intento de escritor. Al estilo de Émile Zola trata des escribir cada situación con extrema descripción, de una manera cruda, tal cual sucede en la realidad.     


Para la soledad una capsula
.3 57
Introdujo el cañón del revólver en su propia boca –.357 Magnum-; era una vieja pistola Smith & Wesson que usó su abuelo trabajando como detective para la policía de New York en la década de los cuarenta.
Era de madrugada –Llovía a cántaros y hacía mucho frío en la ciudad de Brooklyn. El efecto de la heroína le producía sensación de calor en la piel y resequedad en la lengua. Las imágenes de su infancia pasaban una y otra vez por su mente –lo torturaban-; su tío, penetrándolo una y otra vez, gritándole obscenidades. Otra voz más fuerte lo confundía; su padre vociferando que nunca alcanzaría el éxito como él, lo escuchaba una y otra vez decirle: «¡Mark, eres una mierda!». En sus últimos segundos de vida veía la horrenda mirada de su exesposa mientras le gritaba que era un fracasado…
No fue hasta la tarde del día siguiente que encontraron el cuerpo inerte de Mark Johnson de veintinueve años, tirado en el piso en la sala de su apartamento. Mientras uno de los investigadores embalaba el revólver, se preguntaba a sí mismo: «¿Qué problema lo obligó a tomar semejante decisión?»



Hospital General Satán no es Dios

A Leticia Chonay la internaron un día jueves por la tarde. Ya al mediodía del viernes sin ninguna muestra de dilatación, la doctora Grijalva Matasanos entró a la sala de partos para practicarle un parto inducido. Matasanos, mientras terminaba de escribir un texto por WhatsApp, le decía a Chonay:     «Patoja estúpida, solo para embarazarte servís». A Leticia se le derramaban un par de lágrimas en sus mejías –No tenía fuerzas para contestar a semejante oprobio que había escuchado en su contra.
Aquella galena, que más bien parecía practicante pesaba unas doscientas libras. Se le subía al estómago y con sus dos manos comenzaba a echarle fuerza al vientre de la futura madre «obligaba al feto a salir». Después de diez minutos de sudor intenso entre la rechoncha ginecóloga y la paciente, el cuello uterino se abrió -un hermoso bebé miraba la luz de dos tubos de gas neón que colgaban del techo. Mientras Leticia chineaba por unos segundos a su angelito, la doctora Grijalva le decía: «Su niño tiene problemas respiratorios y no quiso llorar al nacer, difícilmente se salve».
Grijalva llevó al neonato al área de incubadoras                -introducirlo en aquel aparato significaba salvarle la vida-; decidió acostarlo en una cuna, luego escribió otro WhatsApp al encargado de la funeraria El Buen Pastor, el texto decía:    «Ya te tengo otro negocito, ahora mismo te mando el número de teléfono del padre de la criatura para que le des la mala noticia. Hay  asegurás el trato. Te encargo mi comisión».
Lo que se grabó en mi mente de ese sábado dos de noviembre es lo siguiente: una madrecita desconsolada con el alma hecha pedazos, una familia indignada por la mal intencionada negligencia médica y un acta de defunción que decía: «Causa de muerte:
     Paro cardiorrespiratorio».


Cristiano desconsolado
—¡Jesús, regresá…!


                                   



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