Mabi Elena Méndez es un personaje de ficción que trata de tomar lo que se mueve a su alrededor para convertirlo en una historia, relato o poesía. Es una persona que siempre tiene una opinión distinta al vox populi sobre las situaciones de la vida, porque las ve con otros ojos, algo más naturalista. Es un anagrama. Es un seudónimo, es un refugio para ocultar sentimientos. Es un caudal de ideas turbias. Es un intento de escritor. Al estilo de Émile Zola trata des escribir cada situación con extrema descripción, de una manera cruda, tal cual sucede en la realidad.
Para la soledad una capsula
.3 57
Introdujo el cañón del revólver en su
propia boca –.357 Magnum-; era una
vieja pistola Smith & Wesson que usó su
abuelo trabajando como detective para la policía de New York en la década de los cuarenta.
Era de madrugada –Llovía
a cántaros y hacía mucho frío en la ciudad de Brooklyn. El efecto de la heroína le producía sensación de calor en
la piel y resequedad en la lengua. Las imágenes de su infancia pasaban una y
otra vez por su mente –lo torturaban-; su tío, penetrándolo una y otra vez,
gritándole obscenidades. Otra voz más fuerte lo confundía; su padre vociferando
que nunca alcanzaría el éxito como él, lo escuchaba una y otra vez decirle: «¡Mark,
eres una mierda!». En sus últimos segundos
de vida veía la horrenda mirada de su exesposa mientras le gritaba que era un
fracasado…
No fue hasta la tarde
del día siguiente que encontraron el cuerpo inerte de Mark Johnson de
veintinueve años, tirado en el piso en la sala de su apartamento. Mientras uno
de los investigadores embalaba el revólver, se preguntaba a sí mismo: «¿Qué problema lo obligó a tomar semejante
decisión?»…
Hospital General
Satán no es Dios
A Leticia Chonay la
internaron un día jueves por la tarde. Ya al mediodía del viernes sin ninguna
muestra de dilatación, la doctora Grijalva Matasanos entró a la sala de partos
para practicarle un parto inducido. Matasanos, mientras terminaba de escribir
un texto por WhatsApp, le decía a
Chonay: «Patoja estúpida, solo para embarazarte servís». A Leticia se le derramaban un par de lágrimas en sus mejías –No
tenía fuerzas para contestar a semejante oprobio que había escuchado en su
contra.
Aquella galena, que
más bien parecía practicante pesaba unas doscientas libras. Se le subía al
estómago y con sus dos manos comenzaba a echarle fuerza al vientre de la futura
madre «obligaba al feto a salir».
Después de diez minutos de sudor intenso entre la rechoncha ginecóloga y la paciente,
el cuello uterino se abrió -un hermoso bebé miraba la luz de dos tubos de gas neón
que colgaban del techo. Mientras Leticia chineaba por unos segundos a su angelito,
la doctora Grijalva le decía: «Su niño
tiene problemas respiratorios y no quiso llorar al nacer, difícilmente se salve».
Grijalva llevó al
neonato al área de incubadoras
-introducirlo en aquel aparato significaba
salvarle la vida-; decidió acostarlo en una cuna, luego escribió otro WhatsApp al encargado de la funeraria El
Buen Pastor, el texto decía: «Ya te tengo otro negocito, ahora mismo te
mando el número de teléfono del padre de la criatura para que le des la mala noticia.
Hay asegurás el trato. Te encargo mi
comisión».
Lo que
se grabó en mi mente de ese sábado dos de noviembre es lo siguiente: una
madrecita desconsolada con el alma hecha pedazos, una familia indignada por la mal
intencionada negligencia médica y un acta de defunción que decía: «Causa de muerte:
Paro cardiorrespiratorio».
Cristiano desconsolado
—¡Jesús, regresá…!
No hay comentarios:
Publicar un comentario