Marcos Gutierrez (Chimaltenango,
1997). Escritor y poeta guatemalteco. Desde muy corta edad reside en la Antigua
Guatemala. Su trabajo se encuentra en antologías y revistas en España,
Guatemala y México en las que destacan: Primeros
Auxilios No.2 (Chuleta de Cerdo editorial, Guatemala), Llena, pues, de palabras mi locura (Proyecto editorial Los
Zopilotes, Guatemala), Revista poética
Azahar (España) e Inspiraciones
nocturnas (Diversidad literaria editorial, España). Fue uno de los
organizadores del festival de literatura Pulso
Volcánico 2017 en Antigua Guatemala y fue el fundador del certamen de
poesía Luis Cardoza y Aragón en la
misma ciudad. Tiene dos libros publicados: Autorretrato
(auto-publicación, 2013) y Poemas a
la Nada (Tujaal ediciones, 2017). Actualmente es columnista en la revista
literaria Monolito, es editor en la
revista literaria Dibujos de un Ciego
y estudia una licenciatura en física en la Universidad del Valle de Guatemala.
Los dejamos con tres de sus bellas creaciones
poéticas.
El tiempo
se hizo nube
Un segundo
El reloj enmudecido
recorría
agonizante su periplo.
Y su aguja palpitaba
como la vida que se enciende
y
se apaga.
Dos
segundos
Se hilvanaba
sobre su boca
una tela hecha de jardines.
En el silencio se concebía
un rumor que resonaba
como el final de una lágrima.
Tres
segundos
Hizo de su boca
una noche
y su abismo absoluto
caminó sobre mi cuerpo
con el letargo de un reloj
moribundo
hasta hundirme en un beso
que me fragmentó en el espacio
como un árbol que muere
haciéndose hojarasca.
Cuatro
segundos
Así
como el lento suicidio del arrebol
o
como la imprecisa extinción
de las flores y las aves
se delineaba de olvido
tu boca clara
y la caída infinita de tu cuerpo.
Cinco segundos
Extendí mis manos
y violé el agua turbulenta
del
espejo.
Sujeté
con violencia el rostro que allí
habitaba.
Su carne vibró
al ritmo del cristal que llovía
mientras él lloraba
sobre mis manos lapidarias.
Seis
segundos
Cuando se muere,
el día es imaginario
la noche es imaginaria.
Llueve
la visceral arena de un reloj
dejando todo
en una oscuridad imaginaria.
Siete
segundos
Sos
Como un amanecer
en la virginidad de la noche,
como una luna
que surca el mar
a través de un cielo
que vibra como el oleaje
de un diluvio imaginario.
Ocho
segundos
Se aproximaba
el reposo de la albura.
Una nube vacía,
uniforme y llana
esperaba
la muerte
de la última palabra.
Nueve
segundos
Una noche mutable
como
nube
se levantó con el grito
del silencio que se rompe
por una boca que susurra
el crujido de la estrella que teje.
Diez
segundos
Toqué el cielo
con una mano de humo,
mis dedos se esparcieron
como nubes de lluvia que se
ahuyentan,
mi mano entera se esparció sobre el
cielo
como un sueño que crece sobre la
almohada
y con su carne oscura dibujó dos
ojos fijos
bajo este cielo que se escurre
sobre un espejo de aire.
Burbujas
A Lucía Samayoa
Las burbujas se iban
cargadas con mi aliento moribundo.
Volaban como los ojos iridiscentes
de los monstruos imaginarios.
Allá, a lo lejos,
Me miraban con el cielo en las
pupilas.
Lloraban tanto como el mundo,
lloraban flores imaginarias,
lloraban y lloraban.
La lluvia las rompió.
Se disolvió mi aliento
en el aire extraño
que dejan los sudores de la lluvia.
Entonces,
recordé todos los veranos
que soplé para disolver mi aliento
entre los sudores del mundo
y en el cuerpo de las burbujas.
Esas burbujas
Son el moratorio del llanto,
así como lo es el consuelo
abrazador
de la eternidad de las palabras.
Puede que el cielo se extinga
Como lo hace mi aliento en las
burbujas,
´pero siempre podré afirmar
que conocí el cielo de verano.
El recuerdo siempre poseerá mi
ausencia
y yo siempre poseeré el recuerdo
del cielo
que traspasó el llanto de mis
burbujas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario