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jueves, 29 de marzo de 2018

Amor aristotélico


Nuestro invitado de hoy es sancarlista, amante de la literatura universal, de otras manifestaciones artísticas, de los deportes y de todo aquello que mantenga viva su imaginación. Su carisma e ingenio se ven reflejados en sus letras, mismas que harán vibrar a todo aquel que resuelva leerlo con calma y sensatez. Deleitémonos con este bello texto.



Por Funes el memorioso

Música y palabra nacen contigo, la mudez de mis labios encuentra la pureza en tu corazón unido con el albor de la vida.
El mar sabe lo que hace, me embriaga el color de la espuma, carne tuya, carne de Venus...
- El esplendor se alza en ti,
Como una pradera de rosas del Oriente,
De tu mirada bebo un dulce encanto.
Todo dolor es ahora vano,
El blanco de la luna se derrama en ti, eclipsando mis desventuras.
Compañera, alejémonos del humor pétreo de la humanidad y ardamos en la robustez de una sola llama.
- Tu delicada fragancia agita los recuerdos recientes,
ebrio de deseos y guarismos escucho tu cuerpo,
me visto con una impetuosa excitación,
en un solo mundo creo, responsables de crearlo tú y yo,
mi única entrada al infinito...
- Sonrío a tu belleza, aleteas suavemente en mis fantasías, dos palabras has dicho que en mis labios se detuvieron.
Dos copas de cristal acompañan la espuma, blancas noches que me hacen gemir cuando me das tu muerte.
Toda palabra expira, pero busca esta lengua que habla y cuando seamos una sola sombra susurraré: En tu vibrante mar deseo hundirme.
- Mis deseos vuelan por los aires, con tu dulce voz disuelves los inviernos y los ocasos. En el leteo de tus senos, envuelto en tu fragancia moriré.
- La realidad sigue allí, no se escucha un solo rumor. Sin embargo, una bailarina parpadea en el cielo, todo se pierde girando.
Se ha roto un mundo, y aspiras la noche, dibujando una línea hacia tus pechos. Un sonido se escapa de tus labios, mientras veo mi reflejo en los cristales rotos de la monotonía, soy un simulacro, una ausente sonrisa entregada al miedo. Arrojo el cigarrillo y salto, en tu mano el dolor ya no me muerde.
- Cual estatua paralizado por un rayo, el suelo se abrió ante tus ojos, marcando los abismos que nuestras palabras unieron. Encaminado en la soledad, que se expande como el horizonte, me hallaba; uno a uno rompiste los goznes de mi condena, y el vértigo corrió por entre mis venas.
Temeroso del porvenir, me sujeté a las inagotables hojas de un pequeño libro, la tarde era tu vecina y el frío, el silencio y el miedo cerraron los ojos. Urgido por frenar las apariencias, con tu voz destruí los espejos de este mundo, y la vida me supo a un susurro de espuma silencioso.

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