El licenciado Rubén Álvarez es catedrático efpemista, amante de la historia y la literatura. Fiel a sus convicciones. Desvela parte de sus ideales y a través de sus letras, nos hace meditar sobre el amor, la vida y las constantes luchas que, como humanos, debemos enfrentar con valentía...
Un mar de náuseas
Éter
Un mar de náuseas
Inundo la
insaciable bóveda
De un recuerdo
desgarrado,
Que a paso
acelerado y abrupto
Consumía la
sombra de un poeta,
Confundido por
las voraces llamas
De una ilusión
desintegrada,
Por unos ojos
redimidos
Que jugaban
tiernamente
Con el
sentimiento más noble,
De un ser que se
entregó a la nada,
Sin esperar los
pasos grises
De una laceración
intempestiva.
T Bohemia
Sonrisa triste reflejada en rostro acerado
Piedra hecha con humanidad desgarrada
Sangre color de hierro derramando oxido
social
Manos, misiles aéreos señalando cardinales
Cuerpo amorosamente torneado pintado por el
sol
Ojos cafés, mirada profunda, pupilas en
Guatemala
Pasos de gigante, dejando huella de paisaje
Unidad etérea, cuerpo, amor y rojo odio.
Sombras, penumbra y semblante meditabundo
Cuadros, colores, paisajes trasfigurados
Hachas, clavos, motores, dolor garrasposo
Lágrimas que caen, se confunden con la
lluvia
Maíz regado con pensamiento humeante
Verdades con zapatos de suela gastada
Pañuelo rojo, riendo con el viento.
Su ropa sencilla
Su corazón vaporoso
Su mirada profunda
Su nombre inexpresable
Su palabra bandera libertaria
Su país Guatemala
Su hogar el exilio
Su pensamiento la amarga lejanía
Su preocupación mi promesa
Mi promesa verte en Guatemala
Tu consigna patria libre
Mi lucha patria o muerte.
Paso y lucha
Paso y lucha
Con la frente en alto
Píes en el suelo
Puño tenso
Mirada firme
Pecho erguido
Cabello flotante
Nuestro pueblo forja
Su porvenir de primaveras
Derrota a xibalva
Por segunda vez
Y ahora
Para siembre eterno.
e. r. t.
CONTRASTE
Paisajes primaverales
De verde exuberancia
En ellos: niños y niñas,
Los dueños del paisaje,
Los dueños de la nada.
Campos surcados de retazos
Húmedo de lágrimas, sudor y sangre,
Con ropa zurcida
Y muchos de agujeros,
Los dueños de la nada.
Tierras de oligarcas
Y un manojo de serviles,
En ellos trabajando niñas y niños,
Dueños de la tierra impregnada
En sus frágiles cuerpos,
Los dueños de la nada.
Cascadas, ríos y lagos,
En ellos niñas y niños
revolcándose en el lodo,
contaminados en cólera,
muriéndose de sed,
Los dueños de la nada.
Los sueños de esperanzas
Con la mirada perdida
En lacónico horizonte
Con retumbos de volcanes
En sus estómagos hambrientos,
Los dueños de la nada.
Con pesados bultos
En el amanecer
En medio de la ignominia,
Del azúcar, de las frutas y el café,
De lujosos automóviles y de altísimos hoteles
De titiritescos discursos nausiagundos
Y exuberantes banquetes canibalescos,
¿y ellos los muchos y las muchas?
Niñas y niños
Dueños de pesadas pesadillas,
Del pan convertidos en inagotables sueños
Muriéndose de hambre y de desprecio,
Los dueños de un futuro incierto,
Al fin dueños de la nada.
Esteban
Ese fluido intenso
I
Ese fluido intenso
Que surge tempestuoso
Al unir
nuestros agrestes cuerpos,
Solo
indica que más de uno ama,
Que
en lo abrupto del momento
Entre
balbuceos y suspiros
Se
dice sin hablar.
II
He sido naufrago instantáneo
En tu expresivo cuerpo,
Traspasando al umbral de lo
imaginario
He roto mis toscos sentidos,
Lucidez que se desvanece de
inmediato
Al resbalarme en tu selvático cabello
Y caer en lo infinito de tu
caudal intransigente,
Hundiéndome contigo en un
suspiro etéreo
Culminando en frenético e indescriptible
instante.
III
Una mirada, un te amo,
Una sonrisa, un suspiro.
Una palabra, un deseo
frenético
Un movimiento tembloroso
Una provocación irresistible
Una confusa unión
Una fluida respuesta
Dos cuerpos violetamente
entrelazados
Otra vez, una mirada y un te
amo.
Esteban Rodríguez. Junio 2016
Miles de hojas
EL PAPEL DE LA ESPERANZA
En
el fondo de un pasillo oscuro,
En
el largo pasatiempo de la espera,
Las viejas sombras del pasado
Tienen frío y hambre,
Padecimiento heredado
de las risas
Iracundas de un verdugo,
Que cercenó los sueños
De quienes se atrevieron
a ser humanos.
En
aquellas miles de hojas
Como
de Ceiba Pentambra,
Corroídas por los bichos
Y el orín de los vampiros,
Como espejos fieles de
las sombras
De la muecas nauseabundas,
De los que se
atrevieron atentar contra la vida,
Se encuentran mudos testimonios
Que clavan su mirada
inquisidora
A la mano que los dejo
señalados.
En
esas miles de miles de hojas,
Formando
cordilleras de susurros
Los gritos etéreos de los moribundos
Aún se escuchan,
Filtrados y en rebeldía:
En la ranura pálida de
los escombros,
En donde el polvo aún
huele a sangre desgarrada
Y las palabras
cariñosas de los torturados
Se mezclan con el impulso de máquinas de
muerte.
En
aquel cuartel frío,
Con las manos inquietas
De una juventud rebelde,
Al pie de sus austeras
columnas
Se construye hoy, infatigablemente,
Un epitafio
En el blanco gris
De miles de miles de
papeles,
El que anuncia la vida
de la vida,
La resurrección de la
esperanza,
Al liberar la voz cautiva a los cuatro
vientos
Aquella que ya surca la historia,
De un pueblo que no
olvida.
Por esa juventud que
nos reclama el pasado.
Raúl.
Un poeta
archivisticamente hablando.
A ritmo de
percusión
(novela
corta)
Esteban, un manojo de pensamientos taciturnos
y esquizofrénicos pasos, caminaba casi al final de la tarde, por aquel parque
descuidado, hogar de ratas y de indigentes.
Su día igual que los anteriores, sin noticias alentadoras, caminando
como miles, dejando huellas toscas, pero ahí, iba, casi tras los pasos de la
nada, silencioso, como buscando
pretextos para vencer la jornada.
Una anciana menesterosa de ropas desgarradas
y pelo blanco suelto, una figura fantasmal en las siguientes horas, y con
rostro maternal, lacerado por el sol; en ese instante, golpeando rítmicamente con
un pedazo de rama seca, a los hierros retorcidos de una lámpara del parque, rota
por algún vándalo alcohólico, balbuceando, cantando algo, talvez un corito, no
se entendía. Pero, en su rostro había algo casi inexpresable, la felicidad del instante,
imbuida en su ritmo y contorsionándose de manera casi exquisita, era un mundo
de alegría.
Esteban rompió con lágrimas su lastimero
viaje de retorno, y riendo a carcajadas tal vez pensó, que la vida tiene
laberintos, pero no precipicios. Cantando a capela una vieja canción de cuna,
que su mamá le recordó días atras: “Esta casa la compro sin fortuna, esta casa
la compro con amor, pa´que juegue mi hijo con la luna, pa’que juegue mi hijo
con el sol. Yo le quiero dejar lo que no
tuve…