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lunes, 12 de diciembre de 2016

Semana de relatos

Esta semana presentamos los relatos de un autor que únicamente conocemos como Amaranta Rey, pero que ha querido compartir con nosotros estas historias fascinantes que esconden la crudeza de la realidad.

De manera ilustre encontraremos una denuncia social en cada uno de ellos. Disfrútenlos y si desean reflexionen con ellos.


EL BOSQUE
Era la tarde de un día muy  caluroso, Lucía, a quien todas sus  amigas llamaban «Caperucita», se encontraba descansando con placidez en  una hamaca vieja y descolorida. El calor la desesperaba profundamente,  así  que decidió levantarse y ayudar a sus compañeras con la limpieza del lugar. Para Lucía era un mal día, aparte del sofocante clima. La noche anterior había  sido horrible.  Solo de recordarlo una extraña sensación de asco y repugnancia la invadía por completo.

Desde hacía dos noches llegaba al bar «El bosque»,  un hombre un tanto extraño y envuelto de un aura llena de misterio, lo que a las chicas del lugar les  parecía raro era que a diferencia de la mayoría de personas que visitaban el  lugar, él solo bebía una copa de whisky y luego de una hora se retiraba con la  misma cautela que había entrado. Parecía que él buscaba algo, pero nadie sabía con exactitud  lo que era.

Esa noche, luego de dejar todas las cosas en su lugar y ya entrada la noche, Caperucita decidió darse un baño y alistarse para el duro trabajo que le esperaba más tarde. Cuando entró  a la ducha, quiso también en un sentido metafórico lavarse el alma y en ese instante  las lágrimas se confundieron con el agua que le caía sobre sus morenos y duros pechos. Recordó lo que sucedió la noche anterior en uno de los cuartos del segundo piso en donde ella y sus compañeras daban consuelo a aquellos hombres que  ansiosos  de una mujer que les brindara sexo y  amor decidían gastarse con ellas quizás el salario de todo un mes de arduo trabajo.

Caperucita  jamás se sintió tan humillada, recordaba como aquel hombre la amordazó y le pidió que hiciera una serie de cosas que jamás hizo antes con ningún otro y vaya que sí sabía de hombres, no en vano llevaba casi cuatro años trabajando en El Bosque.
A eso de las diez de la noche, se abrieron las puertas del bar, sonaba en el fondo una de las canciones de moda y uno a uno comenzaron a llegar los clientes, mientras la matrona apuraba a las muchachas a que bajaran y comenzaran a emborrachar y entretener a la muy eufórica clientela.

Caperucita bajó  con un vestido de una sola pieza y  sintió una mirada que la hizo ruborizarse por completo. Sí, era el extraño hombre que llegó las dos noches anteriores.  Él le hizo un gesto y ella se acercó. El hombre le preguntó por la tarifa de sus servicios e hicieron el trato. Caperucita decidió comenzar a hablar mientras subían las gradas a los cuartos del segundo piso.  Le preguntó su nombre, él le respondió que su nombre no importaba, que se conformara con llamarlo Lobo, a Caperucita esto le pareció una coincidencia bastante graciosa y no pudo evitar soltar una sonora carcajada.

En el cuarto, el Lobo le  ordenó a Caperucita desvestirse mientras él la observaba detenidamente, Lobo comenzó a besarla con mucha pasión, mientras con sus manos recorría de forma suave  sus grandes senos, su cintura  y sus bien formadas caderas.  Ella abrazó muy fuerte  a Lobo y correspondía de igual forma a cada una de sus caricias.  Al poco   tiempo de estar en ese vaivén de gritos y quejidos ella tuvo un orgasmo y sintió como se erizaba cada uno de sus poros. En sus muchos años de puta, Caperucita pocas veces se había sentido tan bien con un cliente.

Después de esa noche, las cosas no cambiaron para Caperucita. Siguió odiando el calor y trabajando por las noches. La consolaba la visita diaria de Lobo, porque de alguna u otra forma había una conexión más allá del sexo, aunque nunca se atrevió a preguntar más acerca de su vida, sabía que él no dejaría de llegar y que ella siempre estaría ansiosa de su regreso, de su olor y de sus besos.

 Páginas y mente en blanco
Se suponía que el cuento de la semana iba a tratar acerca del robo de un auto. Trató de escribirlo de forma fluida, pero se sentía tan cansada que se quedó en blanco. Sí, quedarse en blanco es algo que por lo general le sucede a la mayoría de personas, pero tenía tan mala pata que fue justo hoy. Pensó que parte de su bloqueo se debía a que en los días anteriores había tenido ciertos conflictos existenciales. Siendo sincera debía confesar que eran conflictos estomacales. No importaba, ella tenía que acostumbrarse a ser una persona responsable y cumplir con sus deberes. Debía hacerlo. Pasara lo que pasara, no podía tener otra falla más, le faltaron dos cuentos, y éste no sería el tercero, eso sí que no.

Estaba tan aburrida en aquel lugar que imaginaba la historia que inventaría para el viernes. Hablaría acerca de un ladrón y quizá para darle un giro distinto a la historia haría que el niño decidiera irse con el bandido o que a partir de ese hecho jamás volviera a ser el mismo. En fin, tenía muchas ideas desordenadas dándole vueltas en la cabeza. Después de pensarlo mucho se dio cuenta que escribir le daba la oportunidad de sentirse dueña de pequeños mundos. Podía decidir el destino de los seres creados, hacerlos obedecer desde sus propios designios y ahora se sentía capaz de entender a Dios, o por los menos creía que él debía experimentar algo parecido a la sensación que ella percibía al hacer sus cuentos, bueno, en caso de que existiera seguro debió parecerle así.

El encargado de dirigir la sesión le hizo una pregunta a la que ella no supo qué responder, pues se la había pasado divagando. En ese momento recordó que estaba en la sesión de colegios católicos. ¿Por qué la habían regresado a la realidad? estaba tan cómoda ideando su cuento, ¿con qué derecho la interrumpían? Quiso salirse, pero se dio cuenta que no tenía una buena excusa para hacerlo, fingiría que le dolía la cabeza y escaparía por una de las viejas puertas de aquel tétrico colegio. Vio de reojo, pero se dio cuenta que estaba rodeada de sus compañeras de trabajo. Si salía todos se iban a dar cuenta y es seguro que el lunes tendría un gran problema esperando por ella.

Se quedó sentada escuchando cómo dentro de tanta verborrea y de manera sutil se violaba el principio de la educación laica. Después de la agonía de escuchar por más de tres horas a un anciano falto de autoridad, a quien nadie le puso atención. Por fin dieron las doce. Salió disparada hacia su casa. Ya tenía armado el cuento en la cabeza. Sabía a dónde irían los personajes, qué personalidad iban a tener, y cómo acabaría su pequeña historia. Quizá los lectores iban a descubrir que el bandido no sería tan malo, quizá el verdadero ser perverso fuera el niño, quién sabe, esas cosas suelen suceder en varios cuentos de terror.

Entró corriendo, encendió su computadora. Estaba lista para escribir el mejor de sus cuentos. Justo en ese momento su fabuloso cerebro, que le fallaba siempre en los momentos más importantes de su vida, se quedó en blanco, quiso recordar cada
detalle que había imaginado, pero no pudo. Así que renunció a la idea de asistir ese día a su taller. Se levantó del escritorio, cerró la computadora con resignación y profunda melancolía. Decidió dormir toda la tarde. Sus pequeños mundos quedaron en pausa. Su creadora no tenía motivos para seguirles dando vida y dedicarles tiempo. En ese instante comprendió la tarea tan difícil de ser Dios.


Les deseamos una buena semana a todos y recuerden: este espacio es para ustedes, así que esperamos sus relatos, poemas, historias, leyendas, etc. Hasta la próxima.

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