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sábado, 14 de abril de 2018

De olvidos y barcos de papel


Paula Flores Arroyave nació en 1990. Tiene pensum cerrado en dos licenciaturas: Relaciones Internacionales y Sociología; ambas por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Desde temprana edad se interesó por la literatura y la escritura, y ha publicado artículos de opinión y reportajes en revistas, impresas y digitales, de Guatemala, Honduras y Nicaragua. Participó en el movimiento estudiantil sancarlista y en otras organizaciones populares. Actualmente se desempeña en el campo de la investigación social. 

Paula nos comparte uno de sus exquisitos relatos. Deleitémonos leyéndolo. 



De olvidos y barcos de papel

Hace mucho decidió alejarse. Yo entendí que si lo amaba debía quitarme de su camino y dejarlo andar.

Pasaron los días, yo siempre quería que me sintiera cerca, por si me llegaba a extrañar, por si tal vez me necesitaba. Entonces le escribía. Frecuentemente le quise hacer llegar cartas con caudalosos sentimientos. Mis lágrimas se hacían letras, corrían por los ríos de mis venas hasta llegar al puerto de papel.

Yo era un invierno esperando la llegada de mi primavera, esperando su llegada. Pasaban los días, yo era agua, lágrimas, lluvia.

Era inundaciones de amor, de desamor, de espera y dolor. Era lágrimas incesantes, llanto profundo. Era lluvia tempestuosa, de esa cuyas gotas lastiman cuando caen sobre la piel.

Y el papel se empapaba, no aguantaba mi llorar. No alcanzaban las palabras, no alcanzaba el papel y mis mensajes no le llegaban. Pienso que quizás el barco de papel nunca partió de mi puerto, de ese corazón donde nacía la corriente.

Pienso que lloví muchas veces y mis lágrimas jamás llegaron a tocarlo. Lo lloré en silencio, le escribí con palabras mudas, me empapé el alma sin hacérselo saber. A él no le interesaba. Yo no podía levantarme. A veces era una catarata majestuosa y fuerte que dolía, otras veces era un charco, una herida de lodo y barro.

La primavera jamás llegó, tampoco él. Pero sí la sequía. Y las lágrimas incesantes se calmaron. Y las nubes grises dieron paso al cielo en calma. Tal vez es sequía. Las lágrimas dejaron de correr por las venas y dejé de llover. Desaparecieron las letras y las cartas. No volví a saber de él.

Ahora lo visito por las noches, lo llego a visitar en sus sueños y me acuesto un rato junto a él. Y por las mañanas, cuando despierta, encuentra sobre su cama un barquito de papel.

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