Paula Flores Arroyave nació en 1990. Tiene pensum cerrado en
dos licenciaturas: Relaciones Internacionales y Sociología; ambas por la
Universidad de San Carlos de Guatemala. Desde temprana edad se interesó por la
literatura y la escritura, y ha publicado artículos de opinión y reportajes en
revistas, impresas y digitales, de Guatemala, Honduras y Nicaragua. Participó
en el movimiento estudiantil sancarlista y en otras organizaciones populares.
Actualmente se desempeña en el campo de la investigación social.
Paula nos comparte uno de sus exquisitos relatos. Deleitémonos leyéndolo.
De olvidos y barcos de papel
Hace mucho decidió alejarse. Yo entendí que si lo
amaba debía quitarme de su camino y
dejarlo andar.
Pasaron los días, yo siempre quería que me sintiera
cerca, por si me llegaba a extrañar, por si tal vez me necesitaba. Entonces le
escribía. Frecuentemente le quise hacer llegar cartas con caudalosos
sentimientos. Mis lágrimas se hacían letras, corrían por los ríos de mis venas hasta llegar al puerto de papel.
Yo era un invierno esperando la llegada de mi primavera, esperando su llegada. Pasaban los días, yo era agua, lágrimas,
lluvia.
Era
inundaciones de amor, de desamor, de espera
y dolor. Era lágrimas incesantes, llanto profundo. Era lluvia
tempestuosa, de esa
cuyas gotas lastiman cuando caen sobre la piel.
Y el papel se
empapaba, no aguantaba mi llorar. No alcanzaban las palabras, no alcanzaba
el papel y mis mensajes no le
llegaban. Pienso que quizás el barco de papel nunca
partió de mi puerto, de ese corazón donde nacía la corriente.
Pienso que lloví muchas veces y mis lágrimas jamás
llegaron a tocarlo. Lo lloré en silencio, le escribí con palabras mudas, me
empapé el alma sin hacérselo saber. A él no le interesaba. Yo no podía
levantarme. A veces era una catarata majestuosa y fuerte que dolía, otras veces
era un charco, una herida de lodo y barro.
La primavera jamás llegó, tampoco él. Pero sí la
sequía. Y las lágrimas incesantes se calmaron. Y las nubes grises dieron paso
al cielo en calma. Tal vez es sequía. Las lágrimas dejaron de correr por las venas y dejé de llover. Desaparecieron las letras y las
cartas. No volví a saber de él.
Ahora lo visito por las noches, lo llego a visitar
en sus sueños y me acuesto un rato junto a él. Y por las mañanas, cuando
despierta, encuentra sobre su cama un barquito de papel.
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