Hoy, Sergio Valdés Pedroni, el cineasta que refracta magistralmente la realidad en sus documentales, nos hace reflexionar sobre la miseria humana y su forma individual de posicionarse ante ella.
Elogio del desencanto
(fragmento)
Sergio
Valdés
En Guatemala, la vida mantiene sus características habituales: durante el día, la población escucha incrédula las promesas de progreso, tensa los
músculos, vaga o trabaja y suda por los ojos su triste condición subordinada.
Por la noche, las promesas desaparecen entre tinieblas mientras los coágulos
del tiempo adquieren la consistencia de un semi-hombre o una semi-mujer desnuda
y lastimada.
Las religiones carecen de respuestas y hace tiempo que perdieron su
capacidad para interrogar a la vida y a la muerte. Los amaneceres apenas
sorprenden y los atardeceres ya no cautivan a nadie. Entre tanto, las cáscaras
de la felicidad naufragan ingenuas en las alcantarillas, haciendo pareja
irrenunciable con el vómito de los charamileros.
El vacío hurtó el contenido de la conciencia, escupió sobre la poesía y
extinguió toda comprensión humana sobre las palabras y las cosas. En las
calles, la libertad fue sustituida por la cobardía y en las habitaciones la
responsabilidad ocupa el lecho del deseo. Ya no hay más pulsaciones ni más
agitación que la de unos cuantos perros sobrevivientes. En las postrimerías del
siglo XX, Guatemala es una realidad de imposiciones, traiciones,
sustituciones.
La fuerza que hace falta para sobreponerse a este aberrante happening del poder y la mercancía es mayor que la de la belleza y la nostalgia
por la muerte. Prueba de ello es que casi no hay poetas sino simuladores
mediocres de idiomas extintos, ni suicidas del alma sino de la sociedad -los
últimos fueron un escritor que bebió dos litros de angustia tirado en una sala
de espera y un pintor auto envenenado con las páginas de su directorio
telefónico-.
Una amiga me sugiere que confronte los datos de la vida práctica –”la basura en las calles, la falacia del
reordenamiento urbano, la impunidad con la que gobiernan los empresarios, la
brutalidad policíaca contra los marginados y todas esas cosas muy concretas que
le hacen a uno tomarse la cabeza”–, pero yo creo que no
hace falta traer a cuenta las estadísticas de “lo real” para representar la
pérdida de libertad y de locura que aterra y asola a nuestra sociedad.

Renuncio a ello porque me basta haber visto,
escuchado, olfateado, tocado y alucinado fantasmas marchando con un clavel de
oportunismo entre las manos, pidiendo limosna con tarjeta de crédito y planes
de financiamiento, trabajando para la presidencia bajo el argumento fácil del comfort, exhumando hipocresías para la Unión Europea, plagiando versos de Paul Eluard para un concurso artístico y soplando flautas desafinadas con el
diafragma de la impostura.

No pretendo estorbar a la miseria humana con la
brutalidad y la rigidez de la matemática, sino rechazarla con los signos
ambiguos de mi propia humanidad sobreviviente. De sus vestigios. En todo caso,
la sensibilidad humana -si algo de ella cabe aún en mi sarcófago de huesos y
sangre envejecida- esquiva por completo la rigidez de tales modelos y clama –un
momento, al menos– por la ambigüedad de la evasión y el desencanto.
en La crítica de las almas, El periódico de
Guatemala.